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Una leyenda del Centro Histórico de Quito

La Dama Tapada

En las noches frías y nubladas, cuando el viento sopla con fuerza entre las angostas calles del Centro Histórico de Quito, los pocos que aún se aventuran a caminar en solitario pueden sentir que no están del todo solos. Entre las sombras de los callejones y las luces amarillentas de las farolas, La Dama Tapada merodea en busca de su próxima víctima.

Un encuentro inesperado

Corría el año 1825. Ignacio, un joven galán quiteño, caminaba por la Plaza Grande tras haber disfrutado de una velada con amigos. El reloj marcaba la medianoche, y las calles, a pesar de estar desiertas, no intimidaban a Ignacio. Su confianza se debía, en parte, a su fama de conquistador. Había pocas cosas en el mundo que lo asustaran, y una de ellas no eran las leyendas de fantasmas que sus amigos solían contar.

De repente, en la esquina de la Calle de las Siete Cruces, una figura femenina capturó su atención. Era una mujer alta, elegante, vestida completamente de blanco. Un largo y vaporoso vestido cubría su cuerpo y, sobre su cabeza, llevaba un velo que ocultaba por completo su rostro. La tenue luz de la farola cercana iluminaba su silueta, dándole un aspecto etéreo, casi irreal.

Ignacio, intrigado y emocionado, decidió acercarse. ¿Quién sería esa misteriosa dama caminando sola a esa hora? Al acercarse, percibió una fragancia dulce, embriagadora, que parecía flotar en el aire. La figura femenina no se movió ni habló, solo permaneció quieta, esperándolo. El joven, convencido de que se trataba de una dama noble en apuros o simplemente una mujer hermosa que necesitaba compañía, ofreció su ayuda.

—Señorita, ¿se encuentra bien? ¿Necesita que la acompañe? —preguntó con su habitual tono seductor.

La mujer asintió lentamente, pero no dijo una palabra. Sin pensarlo dos veces, Ignacio le ofreció su brazo y comenzaron a caminar. Mientras avanzaban por los estrechos callejones de Quito, el silencio entre ambos se volvía cada vez más inquietante. Ignacio intentaba iniciar una conversación, pero la dama solo respondía con movimientos de cabeza, manteniendo su rostro siempre cubierto por el velo.

El misterio detrás del velo

A medida que avanzaban, la atmósfera se volvía más densa. Las sombras parecían alargarse y seguirlos. El sonido de los pasos de Ignacio retumbaba en las paredes, mientras los pasos de la dama eran apenas audibles, como si flotara sobre el empedrado. Cada vez más inquieto, Ignacio comenzó a notar que algo no estaba bien. El aire se tornó frío, y una sensación de pesadez lo invadió.

Finalmente, llegaron a un callejón oscuro y solitario, sin salida. De repente, la mujer detuvo su marcha. Ignacio, confuso, observó cómo la misteriosa dama comenzaba a levantar sus manos hacia el velo. ¿Quién era esta mujer? ¿Por qué no había hablado en todo el trayecto?

—Señorita, ¿se encuentra bien? —insistió nuevamente, esta vez con un nerviosismo palpable.

Pero esta vez no hubo respuesta. En lugar de hablar, la dama comenzó a levantar lentamente el velo que cubría su rostro. El corazón de Ignacio empezó a latir con fuerza. Sus manos temblaban, pero no podía apartar la vista.

Cuando finalmente el velo cayó, lo que se reveló ante sus ojos fue una visión que lo dejó paralizado de horror. En lugar de un rostro humano, lo que vio fue una calavera blanca y vacía, con los ojos hundidos en profundas cuencas oscuras. La piel de la mujer había desaparecido por completo, dejando a la vista un cráneo que sonreía macabramente. Un frío inexplicable recorrió el cuerpo de Ignacio, quien retrocedió, incapaz de procesar lo que veía.

Los gritos ahogados de terror de Ignacio resonaron por el callejón, pero nadie estaba allí para escuchar. La Dama Tapada dio un paso hacia él, su esqueleto emitiendo un leve crujido. El joven, finalmente recobrando algo de control sobre su cuerpo, se dio la vuelta y corrió tan rápido como pudo, sin mirar atrás.

Se dice que Ignacio nunca volvió a ser el mismo. Quienes lo conocieron aseguran que perdió la cordura aquella noche, y durante los últimos años de su vida repetía, entre balbuceos y temblores, las mismas palabras: «La vi… la vi… y no era humana».

El origen de la leyenda

La historia de La Dama Tapada ha perdurado durante siglos en Quito, contada una y otra vez por quienes aseguran haber visto a la misteriosa figura. Nadie sabe con certeza quién era o por qué vaga por las calles en busca de hombres incautos. Algunos dicen que fue una mujer traicionada en vida, mientras que otros aseguran que es un alma condenada por un pecado no confesado. Lo único que todas las versiones coinciden es que aparece siempre en las noches, en los rincones más oscuros del Centro Histórico, para seducir a quienes se atrevan a seguirla.

Se cuenta que La Dama Tapada solo aparece a aquellos hombres que buscan mujeres con malas intenciones, castigando su lujuria y arrogancia. Aunque su presencia es esporádica, quienes la han visto nunca olvidan su rostro… o mejor dicho, la ausencia de él.