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Una historia de ingenio y el pacto con el diablo en la Iglesia de San Francisco, Quito.

La Leyenda de Cantuña

En el corazón de Quito, a los pies de la imponente Iglesia de San Francisco, se encuentra uno de los relatos más conocidos de la ciudad. La historia de Cantuña, un humilde indígena que, en un acto de desesperación, hizo un pacto con el mismísimo diablo para completar la obra que cambiaría su vida para siempre. Esta es una historia de astucia, ingenio y redención, envuelta en el misterio y el terror de lo sobrenatural.

El encargo imposible

Hace más de cuatro siglos, durante la época colonial, la orden franciscana de Quito decidió ampliar el atrio de su majestuosa iglesia. Para esta labor, recurrieron a Cantuña, un indígena habilidoso y reconocido por su gran destreza en la construcción. Los franciscanos le encomendaron la tarea de completar el atrio en un tiempo muy limitado, y a cambio recibiría una generosa suma de dinero. Cantuña aceptó el trabajo con entusiasmo, sabiendo que este encargo podría traerle prestigio y una vida más acomodada. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que había aceptado una labor titánica. El tiempo avanzaba rápidamente, y los días se convertían en semanas sin que el atrio estuviera ni cerca de completarse. Los plazos se reducían y la angustia comenzaba a apoderarse de él. Si no terminaba la obra a tiempo, no solo perdería la paga, sino que su reputación quedaría arruinada. Cada noche, Cantuña veía las estrellas del cielo quiteño brillar sobre la iglesia, pero su mente estaba nublada por la desesperación. Las piedras del atrio parecían multiplicarse en su contra, y los obreros que había contratado no eran suficientes para completar la tarea. Fue entonces cuando, en un momento de debilidad y angustia, comenzó a considerar lo impensable: invocar fuerzas oscuras para terminar su trabajo.

El pacto con el diablo

Una noche, agobiado por la desesperación, Cantuña se dirigió a un rincón solitario de la iglesia, a la sombra de una gran cruz. Allí, decidió invocar al diablo. Según la leyenda, apareció una figura oscura, de rostro sombrío y mirada penetrante. Era Lucifer en persona, quien escuchó con atención la súplica del pobre Cantuña. —¿Qué es lo que deseas? —preguntó el diablo con voz profunda. —Necesito que termines la construcción del atrio para la iglesia de San Francisco —respondió Cantuña—. No puedo hacerlo solo y el tiempo se me acaba. Lucifer sonrió de forma macabra. Para él, esto era un trato sencillo. Le propuso a Cantuña lo siguiente: él, junto con sus legiones de demonios, terminaría el atrio en una sola noche. A cambio, cuando los primeros rayos del sol iluminaran Quito al día siguiente, el alma de Cantuña le pertenecería. Desesperado y sin alternativas, Cantuña aceptó el trato. El pacto fue sellado.

La noche infernal

Esa noche, mientras toda la ciudad dormía, las legiones de demonios descendieron sobre el atrio de San Francisco. Trabajaban con una rapidez sobrehumana, cargando piedras y colocando los detalles con precisión milimétrica. El ruido de las herramientas y los martillos resonaba en la oscuridad, pero ningún mortal era testigo del extraño espectáculo que ocurría en las sombras. Cantuña observaba, temblando de miedo y arrepentimiento, sabiendo que había vendido su alma. Las horas pasaban rápidamente, y el atrio estaba casi completo. Los demonios trabajaban sin descanso, asegurándose de que no faltara ni un solo detalle. Sin embargo, en medio de su angustia, una idea surgió en la mente de Cantuña: ¿y si pudiera burlar al diablo?

El engaño final

Poco antes de que el primer rayo de sol iluminara la ciudad, cuando el atrio estaba prácticamente terminado, Cantuña se dio cuenta de algo crucial. Los demonios colocaban las últimas piedras cuando, de repente, una de las piedras quedó sin colocar. El trabajo estaba incompleto. Cantuña había ocultado estratégicamente esa piedra, sabiendo que, según el acuerdo, los demonios debían terminar el atrio por completo antes de que amaneciera. Cuando los primeros rayos de sol tocaron las calles de Quito, el diablo apareció para reclamar el alma de Cantuña. Sin embargo, el astuto indígena, con una sonrisa temblorosa, señaló la piedra que faltaba. —El atrio no está terminado. Falta una piedra, y por lo tanto, no has cumplido con tu parte del trato. —dijo Cantuña, con un tono firme pero temeroso. El diablo, furioso al darse cuenta del engaño, gritó y lanzó maldiciones, pero no tuvo más remedio que aceptar que había sido burlado. Con un rugido infernal, desapareció entre una nube de humo negro, llevándose consigo a sus legiones de demonios. Cantuña, por su astucia, logró conservar su alma y completar la obra… al menos en apariencia.

El legado de la leyenda

Desde entonces, la leyenda de Cantuña ha sido contada por generaciones en Quito. Se dice que la piedra que falta aún se puede ver en el atrio de la Iglesia de San Francisco, un testimonio silencioso de la noche en que el diablo fue engañado. La historia de Cantuña no solo es un relato de miedo y astucia, sino también un símbolo de la resistencia y el ingenio del pueblo indígena frente a las adversidades, incluso cuando se trata de fuerzas tan poderosas como el mismo Lucifer. Hasta el día de hoy, quienes visitan la Iglesia de San Francisco miran el atrio con otros ojos, preguntándose si verdaderamente ocurrió aquella noche mágica y tenebrosa.